December 2017 in Boletín de filología
RESEÑA
Discurso y conocimiento es una obra que sistematiza el interés sociocognitivo de Teun van Dijk, patente desde hace ya cuatro décadas en sus trabajos sobre macroestructuras (van Dijk 1980), procesamiento discursivo (van Dijk & Kintsch 1983), prejuicios étnicos (van Dijk 1984) e ideología (1999). Aunque este proyecto tarda varios años1 en ver la luz debido al tiempo que el autor invierte en desarrollar su teoría del contexto2 (van Dijk 2011a, 2012a), esta dedicación no le impide preparar y divulgar numerosos artículos y capítulos de libro con los que perfila sus primeros planteamientos en torno a lo que actualmente denomina análisis (crítico)3 epistémico del discurso (van Dijk 2003, 2005a, 2005b, 2011b, 2012b, 2012c, 2013). Este recorrido no solo plasma un avance consistente y articulado de sus vastas líneas de estudio, sino que también favorece la constitución de un campo de investigación que aporta herramientas conceptuales y analíticas notables a las ciencias sociales, en general, y a las ciencias del lenguaje, en particular.
Esta publicación tiene como argumento central la mutua dependencia entre discurso y conocimiento, pues mientras gran parte del conocimiento se aprehende a través de múltiples géneros discursivos (textos escolares, prensa, conversaciones entre pares, búsquedas por internet, etc.), cualquier ejercicio de producción y comprensión discursiva requiere manejar grandes cantidades de conocimiento de diferente tipo (individual, grupal, institucional, nacional, etc.). Esta propuesta se delinea a lo largo de ocho capítulos: 1) Introducción, 2) Elementos de una teoría del conocimiento natural, 3) Discurso, conocimiento y cognición, 4) Discurso, conocimiento y cognición social, 5) Discurso, conocimiento y sociedad, 6) Discurso, conocimiento y cultura, 7) Lenguaje, discurso y conocimiento, y 8) Conclusiones. Cada uno de ellos recurre a un rico metalenguaje e incorpora fragmentos de discursos públicos (noticias, debates parlamentarios, entrevistas, etc.) que ejemplifican sus categorías fundamentales.
El capítulo 1 expone el lugar que le cabe al conocimiento como objeto de análisis en distintas disciplinas, y exhibe su relación dialéctica con el discurso hablado y escrito. Por una parte, se establece el carácter multidisciplinario del estudio del conocimiento, para lo cual se sintetizan varias de las contribuciones que la epistemología, la psicología cognitiva y social, la sociología, la antropología, la comunicación, la lingüística, la semiótica y los estudios del discurso han realizado en las últimas décadas. Con ello, van Dijk repara en el enfoque a menudo parcial y compartimentado que ha predominado en estas áreas, lo que ha mermado la posibilidad de generar acercamientos que favorezcan indagaciones más integradas y complejas sobre las condicionantes mentales, sociales, políticas, históricas y culturales que intervienen en las formas de obtener, formular y difundir el conocimiento. Por otra parte, se apuntan y describen someramente muchas de las corrientes que han confluido en el estudio (crítico) del discurso como transdisciplina, entre las que destacan la etnografía del habla, la etnometodología, la sociolingüística, la psicolingüística, el análisis conversacional y la gramática, enfatizándose la poca atención que estas han dado al papel del conocimiento en el texto y el habla, más allá de algunas consideraciones acerca de la organización de la información y la presencia de ciertos ítems léxicos a nivel oracional. En suma, esta introducción subraya la importancia de un abordaje que: i) releve la asociación estructural e interaccional entre conocimiento y discurso; ii) fortalezca el análisis epistémico del discurso como terreno de especialización, y; iii) promueva la triangulación teórico-metodológica entre discurso, cognición y sociedad.
El capítulo 2 trata las aportaciones de la epistemología al debate sobre la naturaleza del conocimiento, definido tradicionalmente como “el conjunto de creencias verdaderas” (2016: 16) que pueden distinguirse de otras creencias subjetivas u opiniones. En este ámbito, la preocupación ha estado puesta en hacer manifiestos los criterios, estándares o métodos utilizados para que dichas creencias verdaderas puedan contar como conocimientos contrastables. Al respecto, van Dijk propone una orientación diferente que radica en asumir las condiciones contextuales predominantes en distintos periodos, sociedades y culturas, que influyen en la validación, adquisición, presuposición, comunicación y circulación de las creencias en tanto conocimientos. En esta dirección, en lugar de ajustarse a juicios absolutos de verdad, el conocimiento es abordado en relación con los sujetos que lo ocupan, vale decir, las comunidades epistémicas que gestionan dicho conocimiento con finalidades prácticas. Para atender esta especificidad, van Dijk privilegia la noción de conocimiento natural, esto es, “el conocimiento tal como es usado por personas reales en situaciones reales y en comunidades reales” (2016: 30).
Entre sus propiedades básicas (consultar las páginas 69-70 para más detalles) destacamos las siguientes: 1) el conocimiento es una creencia justificada por criterios socialmente aceptados, los cuales definen las fuentes de validación (i.e. percepción, razonamiento y discurso) que son confiables o suficientes para una comunidad epistémica dada; 2) el conocimiento es personal cuando consiste en una creencia justificada obtenida en eventos de experiencia individual almacenados en la memoria episódica, cuya evaluación debe ser más o menos coherente o tener un nivel óptimo de correspondencia con las creencias garantizadas por su comunidad de referencia; 3) el conocimiento es social cuando consiste en una creencia justificada que es compartida y distribuida entre sus miembros, cuya obtención, confirmación o modificación se realiza mediante procesos de generalización, abstracción y decontextualización de sus respectivas representaciones mentales almacenadas en la memoria semántica; 4) el conocimiento es intensional, esto es, acerca de estados de cosas en mundos reales o imaginados; 5) el conocimiento es relativo por definición en razón de los acuerdos epistémicos que se estabilizan por consenso colectivo, de manera que en una comunidad se puede postular como conocimiento algo que en otra comunidad se puede considerar como falsa creencia o superstición; 6) el conocimiento se infiere y reproduce a través de los usos situados del lenguaje; 7) el conocimiento puede legitimarse, normalizarse u oficializarse a través de las instituciones epistémicas prevalentes de una sociedad (academias, universidades, medios de comunicación, gobiernos, etc.), y; 8) el conocimiento se representa en términos de estructuras cognitivas (modelos, guiones, relaciones conceptuales, prototipos, etc.) jerárquicas y/o en red dispuestas en el cerebro.
El capítulo 3 recupera la teoría del procesamiento estratégico del discurso que el autor propone junto con Walter Kintsch (1988, 1998). Esta teoría amplía estudios dominantes en psicología cognitiva y se fundamenta en supuestos acerca de los modos en que los participantes de la comunicación se representan la realidad con base en modelos mentales multimodales (pues incorporan elementos verbales, visuales, auditivos, sensomotores), es decir, “representaciones estructurales menos complejas que sintetizan la información situacionalmente relevante de nuestras experiencias diarias” (2016: 76-77). Esto supone que entender las condiciones de nuestros entornos naturales y sociales no se traduce en copiar o replicar sus características, sino que en ejecutar operaciones constructivas de elaboración, actualización y extrapolación de modelos. Estos modelos mentales son de dos tipos: a) situacionales, también conocidos como modelos semánticos, ya que representan los acontecimientos a los que se refieren los discursos, y cumplen la función de definir su significación y explicar la interpretación de los interlocutores, y; b) contextuales, también conocidos como modelos pragmáticos, ya que representan el evento dinámico y cambiante en el que tiene lugar la interacción, y cumplen la función de estipular sobre qué aspectos se puede o tiene que escribir o hablar y cómo debería hacerse.
Dichos modelos cuentan con una estructura esquemática que contiene cuatro categorías principales: 1) escenario (coordenadas espacio-temporales), 2) participantes (incluidas sus identidades, roles y relaciones), 3) eventos o acciones y 4) objetivos. Los usuarios del lenguaje emplean ambos tipos simultáneamente cuando producen y comprenden discursos a nivel global, local y secuencial (textos completos, turnos conversacionales, párrafos, oraciones, frases, palabras, etc.). Así, mientras los modelos situacionales intervienen en el procesamiento de superestructuras esquemáticas (e.g. cuentos, noticias, etc.), macroestructuras temáticas (e.g. títulos, resúmenes) y proposicionales (e.g. significados de palabras, enunciados completos, etc.), los modelos contextuales intervienen en el procesamiento de ciertas variables interactivas (e.g. expresiones deícticas, fórmulas de cortesía, actos de habla, etc.). A pesar de ser modelos individuales, subjetivos y únicos, habitualmente son co- generados por la yuxtaposición de conocimientos personales y sociales, en tanto las experiencias repetidas (conocimiento previo) tienden a ser generalizadas desde los viejos modelos -de abajo hacia arriba (bottom up)- para engrosar el conocimiento genérico disponible, y desde allí son instanciadas -de arriba hacia abajo (top down)- para aplicarse en la construcción de futuros modelos (conocimiento nuevo).
El capítulo 4 se ocupa justamente de aquellas representaciones mentales que son compartidas por otros individuos, y para ello acude a nociones clásicas de la psicología social, tales como ideologías, actitudes y opiniones. Ya sabemos que tenemos en común con los demás grandes cantidades de conocimientos generales y abstractos del mundo, pero como miembros de grupos especiales podemos guiarnos por creencias distintivas o exclusivas, cuyos fundamentos se configuran en oposición a otros colectivos. Así, las ideologías involucran sistemas de creencias grupales que se manifiestan en actitudes concretas, como conjuntos específicos y organizados de creencias evaluativas en materia de identidad, origen, actos, objetivos, etc., de “otros” y su relación con “nosotros”, las que a su vez pueden expresarse en opiniones que constituyen las apropiaciones personales de estas actitudes ideológicas de base. Bajo esta lógica, nuestros respectivos modelos mentales pueden llegar a ser más o menos convergentes o divergentes a los de otros miembros, lo que permite distintas formas de cooperación o competencia, y, por consiguiente, de discurso interpersonal, intergrupal o público.
Opiniones, actitudes e ideologías se asocian de múltiples maneras con el conocimiento socialmente compartido, pues a menudo lo implican y/o adaptan a los intereses del grupo. Esta correspondencia puede sintetizarse como sigue: por un lado, existe algún conocimiento que aun estando sesgado puede no ser concebido por el propio grupo como creencia ideológica, pero tal vez sí por un grupo diferente; por otro lado, cierto conocimiento genérico debe permanecer exento de sesgos, porque de lo contrario la comunicación no resultaría factible, y sin embargo, dicho conocimiento bien puede ser pre-ideológico o post-ideológico en función de su variación temporal o histórica. De allí que también podamos referirnos a grupos de conocimiento especializado, en cuyo caso el conocimiento del grupo ideológico no tiene por qué ser tendencioso, sino que puede estar presentando algún conocimiento que no es todavía aceptado en la comunidad epistémica. Como precisa el autor, “tan pronto como el conocimiento de un grupo especializado, sus ideologías y actitudes son adoptadas ampliamente por la comunidad (…), pasan a darse por sentadas y a transformarse en creencias de sentido común” (2016: 158-159), también llamadas representaciones sociales, un concepto fuerte de la psicología social que suele solaparse con otras cogniciones sociales como las que se ilustran en la Figura 1. Esta es una distinción vital dentro de la teoría epistémica de van Dijk, pues añade distinciones y sistematizaciones a un campo profuso y segmentado de formulación teórica.
Los capítulos 5 y 6 tratan de las aportaciones de la sociología y la antropología, respectivamente. Primero se pone atención en el papel que desempeñan grupos, organizaciones e instituciones en la (re)producción del conocimiento y su (ab)uso como recurso de poder. Esta aproximación prioriza un razonamiento dialéctico, a un macro y micro nivel, aunque focaliza en este último para abordar las interacciones de los actores sociales involucrados en prácticas sociopolíticas particulares. Ontogenéticamente, es sabido que el conocimiento es parcialmente adquirido a través de la actividad sensorial, no obstante, su categorización sociocultural es forzosamente interaccional y comunicativa, aspecto que esta exposición busca resaltar. En líneas generales, se establece cómo la socialización epistémica se desarrolla típicamente mediante el discurso parental, escolar, profesional, científico e informativo, cada uno de los cuales se vincula, por extensión, con entidades y organismos que regulan las relaciones sociales como familias, colegas, escuelas y universidades, laboratorios, academias, medios masivos, etc. A su vez, todos ellos requieren distintos tipos de membresías, afiliaciones e identidades, posiciones y funciones, derechos y deberes, etc., al alero de una estructura social que habilita ciertas formas de dominación o subordinación subyacentes. Estos factores impactan en la base socio-cognitiva de los miembros de las comunidades epistémicas, cuyos modelos mentales se hayan permanentemente influidos por cuestiones de clase, género, generación, etnia, entre otras variables socioculturales, circunscribiendo la interpretación de las experiencias individuales y colectivas.
En esta dirección, van Dijk plantea que “una de las maneras de distinguir una cultura podría ser en términos de estándares epistémicos” (2016: 243), como ocurre tradicionalmente con los credos religiosos o espirituales de pueblos originarios. En este sentido, es posible afirmar que, en origen, “todo conocimiento es local, autóctono o folclórico” (2016: 244), y una manera de aproximarse a él es mediante el análisis de expresiones discursivas como prédicas, mitos, etc., y otras prácticas simbólicas como ceremonias, ritos, etc. Desde un marco disciplinario, la etnografía del habla, la antropología lingüística y la antropología cognitiva han puesto el acento en tales manifestaciones desde hace décadas. Desde un enfoque crítico, se ha indagado en “cómo el conocimiento occidental y sus criterios han dominado y excluido, progresivamente, otros conocimientos y métodos, y han pretendido ser universales de un modo que podría caracterizarse como globalización epistémica, parte de una globalización cultural más general” (2016: 249). En este caso es también patente el problema del poder, cuestión representada en el clásico adagio “«nosotros» [hombres, blancos, europeos, etc.] tenemos conocimiento, mientras que «ellos» [mujeres, negros, primitivos, etc.] tienen creencias” (2016: 255). Esto nos devuelve al carácter relativo de los criterios de validación de las diversas comunidades epistémicas y sus modelos culturales como sistemas de creencias justificadas, junto con sus usos o performances grupales o personales.
El capítulo 7 es el más extenso, pues se dedica exhaustivamente a la revisión de las numerosas estructuras discursivas empleadas para sostener o implicar conocimiento. Con base en las aportaciones de la lingüística y los estudios del discurso, van Dijk propone un análisis triangulado que relaciona dichas estructuras del texto y la conversación con aquellas estructuras cognitivas y sociales exploradas previamente, con miras a combinar: i) análisis cognitivo de modelos mentales;
ii) análisis social de la interacción y la situación comunicativa, y, iii) análisis discursivo a todos los niveles. Para explicar su funcionamiento, el autor ahonda en dos conceptos esenciales de su teoría epistémica: dispositivo-C (K-device) y fondo común (common ground). El dispositivo-C consiste en un módulo especial de los modelos de contexto que durante el procesamiento discursivo calcula qué conocimiento ya es familiar para los interlocutores, y es, por tanto, parte del fondo común que puede presuponerse y no necesita ser codificado verbalmente durante la interacción, y qué conocimiento es (probablemente) nuevo, y debe, por tanto, ser afirmado. A partir de este modelamiento, el dispositivo-C controla cuáles estructuras del discurso resultan epistémicamente relevantes, tal como se sintetiza en la Tabla 1 (una descripción ampliada se encuentra en las páginas 431-433).
A nivel léxico-gramatical y discursivo-semántico, estas estructuras requieren de una base cognitiva que comprende modelos subyacentes de la situación y el contexto que dan cuenta tanto del conocimiento de los participantes acerca de los acontecimientos de los cuales hablan o escriben, como del propio evento comunicativo del que están participando. En este sentido, los textos codifican (mediante selección, especificación y/o inferencia) cuáles son las personas, objetos, fines, lugares, tiempos, etc., que reconstruyen estas experiencias y la representación (inter)subjetiva de los interactuantes. A su vez, involucran una estrategia cognitiva nuclear que reside en vincular lo que ya se sabe y lo que no, tal y como se expresa en la organización de la información, las redes de coherencia global y local y las posibles referencias intertextuales, entre otras. Adicionalmente, la comunicación del conocimiento se ve restringida en virtud de las constricciones interactivas y sociales dadas por la identidad, los roles y las relaciones de los participantes, determinando, por ejemplo, quién puede decir qué cosas, a quiénes, cuándo y cómo, según las propiedades epistémicas de acceso, experticia, autorización, etc. Esto puede suceder de diferentes maneras, en términos de un discurso más o menos explícito o implícito, con distintos grados de descripción, formas de posicionamiento, modalidad, evidencialidad, etc., y muchos otros aspectos pragmáticos, estilísticos y genéricos intervinientes.
El capítulo 8 cierra esta monografía resaltando el carácter integrado del estudio del conocimiento, y resumiendo las principales contribuciones y limitaciones de las disciplinas interrogadas. En general, van Dijk reitera la necesidad de contar con aproximaciones que utilicen datos empíricos y dialoguen entre sí sin perder de vista el eslabón mental entre prácticas sociales y prácticas discursivas. Lo que hace a este libro único en su tipo es que persigue articular los modos como se obtiene, indexa, presupone, transmite, corrobora y cambia el conocimiento en el seno de las comunidades epistémicas, de acuerdo a la especificidad histórica, política, cultural, económica, religiosa, etc., de (las representaciones de) sus miembros e interacciones situadas recurrentes. La relación entre modelos mentales y estructuras epistémicas del discurso es clave a la hora de analizar estos procesamientos estratégicos al micro nivel de los intercambios interpersonales o intergrupales y al macro nivel de las estructuras e instituciones públicas de la sociedad. Especial mención merece el problema de la manipulación y la distribución desigual del conocimiento y su interdependencia con otras creencias sociales como ideologías, prejuicios y estereotipos, de allí que el análisis crítico epistémico del discurso se releve como un área de especialización prevalente para las ciencias sociales y del lenguaje. Este enfoque privilegia textos reales como manifestaciones de usos variables de los sistemas de creencias humanas, y se caracteriza fundamentalmente por ser contextual, co-textual, interactivo, intertextual y semiótico, en el que la cognición tiene un rol central y mediador.
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Author
Camila Cárdenas Neira
Grupo de Estudios del Discurso (GED), Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, España.email: camila.cardenas.neira@gmail.com, Barcelona, Spain