July 2019 in Ultima década
Una generación «sin miedo»: análisis de discurso de jóvenes protagonistas del movimiento estudiantil chileno
Resumen:
El presente trabajo analiza los discursos sociales de jóvenes universitarios que participan en diferentes formas de organización, con el propósito de estudiar sus características como generación política. Se trabajó con una muestra intencionada, utilizando grupos de discusión como técnica de producción de información y el enfoque discursivo como método de análisis. Los resultados indican que existen tres repertorios a partir de los cuales los jóvenes hablan sobre sí mismos: «nosotros como universitarios», «nosotros como organización» y «nosotros como herederos». En la discusión, se propone que estos tres repertorios se articulan en un relato generacional común que les da sentido y que los define como protagonistas de una «generación sin miedo».
1. Introducción
Los hechos acontecidos durante el ciclo de movilizaciones estudiantiles de los años 2006 y 2011 no solo provocaron una importante discusión política en torno a la educación en Chile (Donoso, 2016), sino también dieron inicio a un nuevo ciclo político que se extiende hasta nuestros días (PNUD, 2015). Los actores de este ciclo de movilizaciones nacieron en democracia y construyeron su relación con la política a partir de las características de la posdictadura. Son jóvenes que se han distanciado cada vez más de los mecanismos de participación electoral (Arias-Cardona y Alvarado, 2015) y establecen nuevas formas de acción política, con un uso intensivo de las nuevas tecnologías, una apropiación expresiva de los espacios públicos y la promoción de las asambleas como el espacio de deliberación democrática. Es decir, hablamos de jóvenes que establecen una nueva relación con la política y la democracia a partir de prácticas y formas de organización que les son comunes (Sandoval y Carvallo, 2017).
Las formas de participación y organización que han puesto en juego los diferentes grupos de jóvenes en los últimos años nos plantean que el papel de la política va más allá de la pura funcionalidad institucional, abarcando también prácticas fundamentales de sus vidas cotidianas (Aguilera, 2016), cuya comprensión nos demanda el reconocimiento de una condición juvenil específica, distinta a la de las generaciones anteriores, marcada tanto por nuestra historia local (democracia, dictadura, posdictadura), como internacional (impacto de las nuevas tecnologías y procesos de globalización) (Barozet, 2016). Desde esta perspectiva, el rechazo de los jóvenes a la política y la democracia institucional no solo encuentra su fundamento en la alta desconfianza que estos tienen hacia los actores que asumen el rol de representar a los demás y que ha sido ampliamente descrita en la literatura especializada (Segovia y Gamboa, 2012; Baeza, 2013; Aguilera y Muñoz, 2015), sino también en la creciente necesidad que sienten los jóvenes de ser ciudadanos más vigilantes de las autoridades y a la vez más participativos de la sociedad, pero por vías diferentes a las institucionales (Zarzuri, 2016).
Como señala Reguillo (2003), la perspectiva institucional de la política desarrolla una visión restringida de la «ciudadanía juvenil» y, por ello, resulta importante salir de aquel registro de análisis para entender los procesos de resignificación de la política y la democracia que ponen en marcha los jóvenes que forman parte no solo de organizaciones políticas tradicionales, sino también de colectivos artísticos, organizaciones de voluntariado o colectivos políticos no partidistas. Como señala Garcés (2010), estas formas de organización constituyen colectivos propiamente juveniles, que posibilitan la construcción de una ciudadanía activa (Pabón, 2013), y que según Kriger y Daiban (2015), darían cuenta de un proceso de repolitización que se experimenta en los más diversos planos de la vida social de los jóvenes.
Estos procesos de cambio nos sugieren que estamos frente a una generación de jóvenes que es parte de una producción sociohistórica y cultural que le es propia como actores de un mismo tiempo y espacio. Hablamos de los jóvenes protagonistas del ciclo de movilizaciones de la última década como una generación, porque cuentan con ciertas «singularidades que configuran modalidades específicas, con rasgos distintivos y también comunes respecto de otras producciones» (Vommaro, 2014a: 59). Asumimos que esta nueva generación de jóvenes ha desarrollado una resignificación particular de la política en el contexto de la postdictadura y ha crecido como actor social a partir de las movilizaciones estudiantiles, por lo tanto, parece relevante preguntarse por sus características generacionales. Para ello, en este trabajo nos proponemos estudiar a los jóvenes que han protagonizado el ciclo de movilizaciones de 2011 como generación política, analizando específicamente los discursos sobre sí mismos de jóvenes universitarios que participan en diferentes formas de organización juvenil (partidos políticos, colectivos políticos no partidistas, grupos de voluntariado y colectivos artístico-culturales), analizando las características compartidas por ellos a partir de una experiencia de socialización y práctica política común.
2. Marco conceptual
Para comprender el concepto «generaciones», es necesario conocer su etimología, que refiere al acto de engendrar o producir. Si bien lo anterior refiere originalmente a la connotación biológica del término, su utilización en el campo de las ciencias sociales nos posibilita comprender cómo se «engendran» o «producen» las estructuras sociales a partir de las relaciones que se establecen entre un determinado grupo etario y otro al interior de una misma sociedad (Ghiardo, 2004). El tratamiento que ha tenido este concepto en las ciencias sociales ha sido amplio, encontrándose referencias al problema de las generaciones en la obra de Comte y Dilthey durante el siglo XIX y en el planteamiento de Ortega y Gasset y Gramsci en el siglo XX (Leccardi y Feixa, 2011). Sin embargo, el planteamiento del sociólogo Karl Mannheim acerca de las generaciones es uno de los más relevantes en las ciencias sociales contemporáneas, representando una de las contribuciones teóricas más significativas al problema que nos convoca y, por tanto, constituye el punto de inicio de nuestro análisis.
Según Mannheim (1993), el posicionamiento generacional estaría determinado por la clase a la cual pertenece el sujeto -la cual podrá ser abandonada si este asciende o desciende en la estructura social-, de modo que este posicionamiento no tendrá relación con la pertenencia a una asociación de individuos que posean vínculos comunitarios. En este sentido, Mannheim establece que la conexión generacional se produce a partir del parecido existente entre los individuos que a la vez forman parte de una posición social, o bien clase-edad. Del mismo modo, el autor establece que la situación de clase y la situación generacional producen una posición de sujeto específica de los jóvenes, la cual estaría determinada a su vez por el escenario sociohistórico en el cual se desarrolla, estableciendo un denominador común entre ellos, que delimita las formas de pensamiento, vivencias, sentimientos y acción.
Para Mannheim (1993), existirán dos elementos importantes de considerar. Por un lado, los vínculos generacionales, que se refieren a los acontecimientos que se suscitan en un determinado momento y que establecen un quiebre en la continuidad histórica al definir un «antes» y un «después» entre un periodo de tiempo y otro. Por otro lado, estos hechos le suceden a un grupo de personas que están en un momento crítico de sus vidas, con un proceso de socialización aún inconcluso, generándose la posibilidad de modificar lo estatuido y así dar una nueva interpretación a la realidad (Leccardi y Feixa, 2011). En este proceso, el autor describe la irrupción de «nuevos portadores de cultura», los cuales serían agentes de cambio que aportan nuevas expectativas sobre lo que se desea para el futuro: «La irrupción de nuevos hombres hace, ciertamente, que se pierdan bienes constantemente acumulados; pero crea inconscientemente la novedosa elección que se hace necesaria, la revisión en el dominio de lo que está disponible; nos enseña a olvidar lo que ya no es útil, a pretender lo que todavía no se ha conquistado» (Mannheim, 1993: 213).
Es decir, Mannheim sostiene que la salida de los «anteriores portadores de la cultura», en un sentido similar a como lo plantea más tarde Bourdieu (2000), produciría la muerte de las generaciones anteriores, lo cual abriría paso al olvido, componente igual de importante que la creación de nuevos hechos para la reproducción de las sociedades. En tal sentido, la configuración social del recuerdo permitirá la acumulación cultural, por lo que la transmisión de estos puede darse de dos manera: como modelos conscientes que permiten una orientación sobre cómo suceden ciertos hechos de forma puntual (tal como puede ser la Revolución Francesa, acontecimiento que plantea una alteración del orden establecido), o bien, como modelos inconscientes, los cuales estarán: «“comprimidas”, sólo “intensiva”, “virtualmente” presentes: como están todas las experiencias pasadas en la configuración concreta de una herramienta; o como ocurre en una forma específica de vivencia (el sentimentalismo, por ejemplo), donde la historia de la vida del alma está virtualmente contenida» (Mannheim, 1993: 213).
En este sentido, el pensamiento historicista de Mannheim plantea que es posible establecer la existencia de elementos inmanentes entre generaciones, siendo esencial la transmisión consciente de una generación a otra sobre aquellos pasajes de la historia que son reconocidos por los más «antiguos» como algo «problemático y reflexivo». Este proceso permite que la juventud se haga presente, estableciendo una relación dialéctica con la generación anterior y aportando elementos de novedad a los tiempos contemporáneos, porque «la juventud representa el ingreso de una nueva generación que revitaliza lo social dada su particular disposición al cambio» (Muñoz, 2011: 126). En la misma línea, Duarte (2002) añade que las «generaciones» comparten ciertas características con las cuales se autoidentifican, a la vez que son significadas por otros mediante la producción de códigos que los distinguen de los demás grupos contemporáneos, antecesores o posteriores en el tiempo.
Al referirnos a las nuevas generaciones dentro de la sociedad, aludimos a una transición entre un momento y otro, en la cual los jóvenes representarán lo más «presente» entre el pasado y el futuro, invocando tensiones bajo un proceso de transformación que implica la incorporación de nuevos elementos culturales (Dávila y Guiardo, 2005). Por ello, la discusión en torno a las condiciones juveniles vuelve a ser central en el análisis de la sociedad, ya que al existir en el horizonte la idea de las generaciones, emerge la pregunta por el rol de los jóvenes como sujetos que irrumpen en la escena social. Sobre esto, Bourdieu (2000) plantea que los jóvenes están en permanente disputa con los viejos, dado que las trayectorias de ambos grupos se intensifican una vez que «los recién llegados» empujan a los «que ya triunfaron» al pasado, a lo superado, a una suerte de «muerte social». Esta disputa daría forma a un devenir ideado por los jóvenes con nuevas normas, nuevos valores, nuevos códigos; generando lo que el propio autor denomina como «lucha de generaciones». Sobre esto último, Margulis y Urresti (1996) indican que, para entender las tensiones generacionales, es necesario ir más allá de la idea conflictual instituida por la idea de clase, proponiendo considerar el elemento epocal o histórico, dado que es este contexto el que entregará contenidos a la socialización del individuo en un determinado momento, generando una especie de «identidad propia» para cada generación.
A partir de esta revisión general, nuestra perspectiva se propone situar el concepto de «generación» como una categoría que trasciende el determinismo socioestructural y la moratoria biológica como puntos de explicación, acercándose a una comprensión psicosociológica del concepto que considere el contexto histórico-epocal, en el cual los jóvenes se desarrollan y en el cual se establecen relaciones sociales que serían críticas en la conformación de estos como una generación política. Desde esta perspectiva, Vommaro (2014a y 2014b) propone a la juventud como una categoría generacional, planteando que en nuestro análisis se debe dar prioridad a los procesos de subjetivación generacional que emergen de los procesos históricos que comparten los jóvenes, antes de asumir sus características como algo propio de la condición juvenil. Lo anterior, debido a que «cada generación, cada producción, cada forma de presentarse, de aparecer, de ser y de estar de los jóvenes es inescindible de la situación donde se produce. Es decir, de un tiempo y un espacio determinados que, justamente, marcan singularidades que configuran modalidades específicas, con rasgos distintivos y también comunes respecto de otras producciones» (Vommaro, 2014a: 59). Sobre esto mismo, Lewkowics (en Vommaro, 2014b) añadirá que una generación estará definida por el hecho de que las personas compartan un problema vital, creando con esto un vínculo generacional que plantea nuevas preguntas frente a temas no resueltos.
Los cambios situacionales son un elemento relevante de considerar en el estudio de las generaciones políticas, porque contextualizan los procesos específicos que viven los jóvenes, como pueden ser los problemas medioambientales, la disminución de la natalidad, la extensión de los años de estudios y el aplazamiento de los hijos y la familia, todos aspectos relevantes que configuran un escenario particular para cada generación. En nuestro caso, por ejemplo, un elemento contextual evidente de la generación actual está relacionado con la expansión del sistema de educación superior y la masificación de la matrícula universitaria, que entre el año 2008 y el año 2017 ha crecido en un 52,2% (MINEDUC, 2017). A partir de esta expansión, podemos decir que los jóvenes universitarios de hoy son más y son diferentes a los de otras épocas, ya que la masificación del acceso de los sectores medios a la educación superior ha reconstruido la realidad sociocultural de este grupo social (Sandoval y Hatibovic, 2014). Lo anterior es relevante, porque esta transformación no solo ha impactado en las trayectorias laborales de los jóvenes, sino que ha fomentado entre ellos el desarrollo de actitudes igualitarias y antiautoritarias, las cuales hoy están sobrerrepresentadas en el mundo universitario (Della Porta y Diani, 2011). A esto se suman algunas características internacionales que adquiere esta generación al vivir bajo la influencia de ciertos hitos globales (Beck, 2008), como la expansión de la conexión de internet, la masificación del uso de los teléfonos inteligentes y la mensajería instantánea, y el uso de aplicaciones móviles para darles vida virtual a dibujos animados, y que en el caso de Chile tienen un papel relevante en la vida de los jóvenes que han protagonizado el ciclo de protestas estudiantiles que nos ocupan en este trabajo (Scherman, Arriagada y Valenzuela, 2015; Valderrama, 2013).
Estos procesos han dado forma a un nuevo escenario para la reproducción de la cultura política por parte de los jóvenes. Lo anterior significa que la configuración de esta generación estaría relacionada con el proceso de socialización política que ha experimentado en la última década, es decir, con el modo como sus integrantes incorporan y transforman la cultura política de su época (Alvarado, Ospina y García, 2012). Para entender cómo se produce este proceso, debemos distinguir dos tipos de factores que influyen en la socialización política: el efecto «ciclo vital» y el efecto «generacional» (Jaime Castillo, 2008). La primera perspectiva plantea que las personas van adquiriendo experiencias a través del tiempo, de modo que ciertas formas de acción se vuelven más probables en determinados momentos del ciclo vital, por las características psicológicas y sociológicas de esa etapa de la vida. La segunda perspectiva plantea que la socialización política ejerce una influencia diferencial y determinante sobre la configuración del sistema de representaciones de cada generación. De este modo, una generación no estaría determinada solo por una historia política compartida, sino también por las tendencias e hitos sociales y económicos que se despliegan en su entorno inmediato y que se constituyen en el contexto de socialización que le da forma e interpretación a su propia historia.
En nuestro caso, un elemento fundamental del contexto de la generación política actual es el ciclo de protestas estudiantiles del 2011, toda vez que se constituye en el esenario de aprendizaje y actuación de un nuevo sentido de la política. Recordemos que este ciclo de protestas estudiantiles surgió como reacción de rechazo a las políticas que profundizaban la mercantilización de la educación superior durante el primer gobierno del Presidente Sebastián Piñera y rápidamente escaló a un movimiento que cuestionó las bases sobre las cuales se organizaba todo el sistema educacional chileno (Bellei y Cabalin, 2013).
El movimiento estudiantil de 2011 alcanzó mayor desarrollo y amplitud porque logró trascender los reclamos particulares asociados a las manifestaciones del malestar con el modelo y logró establecer un antagonismo con las bases del sistema que generaba dicho malestar, articulando las múltiples demandas particulares en torno a una demanda cualitativamente diferente: «no al lucro». En efecto, el movimiento estudiantil del año 2011, al transcender las demandas sectoriales, se articuló a partir de la confrontación con el discurso de la mercantilización de lo social que se había naturalizado en nuestro modelo de sociedad (Sandoval, 2015). Para Labarca (2016), el movimiento estudiantil representó el resurgimiento de un marco de acción colectiva que parecía perdido por los efectos de la dictadura y una transición pactada, y su puesta en escena a partir de 2011 logró cuestionar el carácter social del Estado en su conjunto. La negación de lo mercantil a partir del significante «no al lucro» y la articulación de la identidad colectiva del movimiento a partir de dicho antagonismo provocaron un rebasamiento de los clivajes tradicionales de la política nacional (por ejemplo, la disyunción dictadura-democracia), ampliando su capacidad de representación de demandas cada vez más transversales en torno a un antagonismo con el sistema mercantil, que en palabras Avendaño (2014), supuso un «nuevo clivaje» que se reconoce en la distinción Estado-Mercado, el cual, hacia el final del movimiento, se transformó en una demanda estructural: gratuidad universal en la educación superior.
Por su amplitud y convocatoria más allá de las lógicas tradicionales de la política, el movimiento estudiantil del año 2011 puso en escena un repertorio diverso de acciones colectivas que reforzaron su identidad común. Lo anterior no solo se manifiesta en una diversificación de las formas de organización de los jóvenes, sino también en el surgimiento de nuevos repertorios de acción política, «rizomáticos y moleculares» (Aguilera, 2012: 105) y en los cuales se produjo una apropiación simbólico-material del espacio público a partir de manifestaciones estéticas, simbólicas y performáticas (Guzmán-Concha, 2012; García y Aguirre, 2014). En dicho repertorio, podemos destacar el uso masivo de las tecnologías de información y comunicación en las acciones de protesta estudiantiles (Valderrama, 2013), registrándose «redes de confianza online» a partir del uso de plataformas como Facebook, que permitieron vincularse a sujetos desconocidos entre sí en torno a un objetivo común (Ponce y Miranda, 2016). Estas formas de acción actuaron sobre el carácter del propio movimiento, especialmente desde el punto de vista de la convocatoria y coordinación del timing de las protestas en los espacios públicos, posibilitando la emergencia de formas de acción-performance como los fhash-mobs o smartmobs (Ponce, 2017), que con frecuencia no se apoyaban en identidades sociales previas, sino en la efervescencia tecnológica y el deseo de transgresión de la propia acción. Este nuevo repertorio de acción colectiva aumentó la capacidad del movimiento estudiantil para influir en el resto de la opinión pública, cuestión que se vio refrendada en el alto nivel de apoyo ciudadano que llegó a tener el movimiento.
Lo anterior nos sugiere que estamos frente a un cambio generacional que se manifiesta como una ruptura de los jóvenes con la cultura política de las generaciones anteriores (Balardini, 2005). Este proceso de cambio se vio acelerado por el escenario de interactividad que surge a partir del uso masivo de las redes tecnológicas y el despliegue de nuevas formas de asociatividad en la esfera digital, cuyo impacto es tan sustantivo entre los jóvenes, que según algunos autores estaríamos frente a una generación marcada por su presencia (Feixa, Fernández y Figueras, 2016). Hablamos de una nueva generación de jóvenes que participan de organizaciones sociales en las cuales experimentan una forma de sociabilidad política diferente a la de sus padres y que encarnan una fractura ideológica que no se produce necesariamente en el registro «derecha-izquierda», como en el caso de las generaciones anteriores, sino más bien, en la tensión por cómo redefinir la participación y el poder (Sandoval y Carvallo, 2017).
Desde esta perspectiva, asumimos que los jóvenes que han sido protagonistas de las últimas experiencias de movilización social comparten un conjunto de hitos comunes, en términos locales e internacionales, que les han permitido posicionarse bajo una identidad generacional común (Cumming, 2015). A partir de lo anterior, el presente trabajo se propone explorar las características generacionales de los jóvenes que comparten las condiciones epocales de la última década, pero que además se han visto marcados por el efecto socializador de un contexto ascendente de movilización social y política. En específico, el artículo se plantea describir, a partir del análisis de los discursos de jóvenes universitarios que participan en organizaciones sociales que protagonizaron el ciclo de movilizaciones estudiantiles de la última década, los principales repertorios discursivos a partir de los cuales se representan a sí mismos como integrantes de una generación común.
3. Método
Se llevó a cabo un estudio cualitativo enmarcado en la investigación social de discursos. El diseño fue de tipo descriptivo y analítico, con el propósito de construir un modelo comprensivo de los discursos de los jóvenes como una generación común. Para producir los discursos se utilizó el grupo de discusión (Ibáñez, 1992), técnica conversacional que se propone reconstruir, desde un enfoque no directivo y a nivel micro, el discurso social presente a nivel macro.
Se trabajó con un muestreo no probabilístico, de tipo intencionado y orientado teóricamente. Para definir la muestra se consideraron jóvenes que participaban en diferentes formas de organización, agrupados en cuatro posiciones fundamentales (Sandoval y Carvallo, 2017):
- 1. Colectivos no partidistas. Son grupos de carácter plural que se proponen objetivos políticos explícitos e implementan formas de organización estables, pero distintas a la militancia partidista. No son militantes de partidos políticos tradicionales.
- 2. Grupos voluntarios. Se trata de grupos que realizan acciones de ayuda y solidaridad en espacios territoriales externos a la universidad y que mantienen una forma de organización regular y permanente en el tiempo. No son militantes de partidos políticos tradicionales.
- 3. Grupos artístico-culturales. Colectivos que realizan actividades artísticas y culturales -como teatro, performance o graffitis- como medio de expresión de su politicidad. No son militantes de partidos políticos tradicionales.
- 4. Partidos políticos. Corresponden a las orgánicas juveniles de los partidos políticos tradicionales que se autodefinen como de centroizquierda o izquierda revolucionaria.
Las cuatro posiciones se exploraron en las tres ciudades donde se concentra la mayor cantidad de estudiantes universitarios del país: Santiago, Valparaíso y Concepción (MINEDUC, 2017), definiendo en total doce grupos. Se estableció como criterio de exclusión muestral a los jóvenes que no mantienen ninguna forma de participación social o política. En total, participaron 102 jóvenes de ambos sexos, de entre 18 y 27 años, todos estudiantes de universidades de las ciudades consideradas en el estudio.
Los grupos de discusión se realizaron en recintos universitarios de las tres ciudades consideradas en la investigación (Santiago, Valparaíso y Concepción). Los grupos tuvieron una duración aproximada de dos horas, fueron grabados en audio y transcritos, previa aprobación y firma por parte de los participantes de una carta de consentimiento informado, en la cual se señalaban los objetivos del estudio y se garantizaban las condiciones de confidencialidad y anonimato de los participantes y las organizaciones de las cuales eran integrantes.
Los grupos de discusión fueron sometidos a un plan de análisis sobre la base del enfoque del análisis sociológico del discurso (Canales, 2013; Ibáñez, 1992). Este enfoque propone tres niveles de análisis: nuclear, autónomo y sýnnomo. El primero se propone descomponer los elementos básicos de los discursos, con el objeto de identificar las figuras y recursos retóricos que en ellos se utilizan. El segundo intenta identificar estructuras discursivas a partir de las relaciones internas que establecen los elementos del nivel nuclear. Y el tercero se sugiere situar los discursos en su contexto de sentido general. En el presente trabajo se exponen los resultados de la aplicación del análisis autónomo, en el cual, por similitud o diferencia semántica, se articularon los diferentes tópicos presentes en las conversaciones de los jóvenes en repertorios discursivos sobre la base de un enfoque generacional. Este proceso supuso integrar en el análisis los antecedentes del contexto social que se estudia, así como la experticia acumulada por el equipo de investigación en trabajos previos.
4. Resultados
Los resultados se organizan en dos partes. En la primera se desarrolla un análisis descriptivo de los tres repertorios discursivos que se identifican en los diferentes grupos de discusión, a saber, «Nosotros como universitarios», «Nosotros como organización» y «Nosotros como herederos». En la segunda parte se presenta una lectura integrativa del discurso generacional que se articula a partir del análisis transversal de los diferentes repertorios identificados en la primera parte.
4.1 Análisis descriptivo:
a) Nosotros como universitarios: los jóvenes estudiantes chilenos
Los discursos de este repertorio dan cuenta de la identidad compartida de los jóvenes en tanto estudiantes universitarios. A partir de este repertorio, los jóvenes de los diferentes grupos se definen como sujetos que inciden en la escena política nacional a partir de su posición como estudiantes, adquiriendo especial relevancia el contexto universitario como «espacio» para el ejercicio de la política. Según estos jóvenes, en este espacio se ensayan nuevas formas de organización, las cuales no buscan ser el reflejo de aquellas que ya existen en el ámbito de la política institucional, sino más bien, se proponen generar las condiciones para otras formas de practicar la política:
(…) dentro de la universidad, yo creo que es muy distinta a la organización política que se da a nivel institucional. Pero institucional de gob[ierno]… de lo que sería gubernamental, municipalidades, u otras instituciones tradicionales, que no corresponden a la política que nosotros venimos haciendo en nuestras universidades y en las mismas calles. En ese sentido, yo creo que, en tanto política, nosotros hemos tenido un giro en los últimos años como estudiantes… universitarios. Yo creo que importante dentro de este cambio, la emergencia de nuevos grupos y organizaciones donde nosotros nos convocamos o nos sentimos convocados. (Colectivos No Partidistas, Valparaíso)
Los estudiantes valoran de manera positiva el espacio que les proveen las universidades y reconocen estas «ventajas» para el desarrollo de sus organizaciones, pero también observan que esto no es una característica homogénea en todo el sistema universitario, abordando de manera crítica el panorama de quienes estudian en algunas universidades privadas donde este escenario es diferente:
A nosotros, por lo general en la universidad, sobre todo estatales, no podemos decir lo mismo de las privadas, no nos van a echar por organizarnos. Para nosotros plantearnos cierta democracia interna es más más fácil. (Grupos Voluntarios, Valparaíso)
Ahora bien, también es posible identificar en el discurso de los universitarios una preocupación en torno a la organización política al interior de sus instituciones educacionales: federaciones estudiantiles, centros de estudiantes, coordinadoras de centros de alumnos, etc. Si bien estas organizaciones son descritas por los jóvenes como espacios que promueven prácticas de participación horizontal, también reconocen que muchas de ellas han terminado limitando la participación al institucionalizar mecanismos de toma de decisiones de carácter vertical. Es más, algunos jóvenes plantean que las federaciones estudiantiles han terminado con los mismos vicios que los partidos políticos, desarrollando prácticas que se apoderan del espacio estudiantil. No obstante lo anterior, los estudiantes hacen un «mea culpa» al reconocer que una parte importante de la población estudiantil se ausenta de los procesos eleccionarios, lo que facilita la consolidación de aquellos grupos que buscan coaptar el poder de las federaciones:
Como no participan... de repente salen elegidas federaciones que al final no los representan… pero al mismo tiempo, al no participar, se está dando pie para que eso siga de esa manera y se genere un círculo vicioso. Entonces, lo que creo que hay que cambiar específicamente es la participación estudiantil y recalcar la importancia que tiene dentro de la universidad. (Colectivos No Partidista, Concepción)
A la preocupación anterior se agrega un discurso crítico de aquellos jóvenes que señalan que, si bien los estudiantes universitarios se han vuelto políticamente relevantes en la escena nacional (especialmente después del año 2011), estos gozan de una posición que les permite cierta «rebeldía subsidiada», ironizando que las movilizaciones estudiantiles son plausibles en forma y cantidad por las condiciones de moratoria que viven los jóvenes universitarios.
Y ojo ahí también po’, porque claro, todo suena bonito, pero hay que tener ojo también con la rebeldía del estudiante, porque es una rebeldía que está subsidiada po’, ¿cachái? Esos hueones pueden ser rebeldes, y tienen el deber de ser rebeldes, si total los papás les pagan la universidad, [...] a la mayoría al menos. Todos somos rebeldes con la plata de los papás. Somos todos revolucionarios, pero con internet en la toma, ¿cachái?, con agua, con luz… (Grupo Artístico-cultural, Valparaíso)
Este discurso cuestiona los niveles de banalización en los cuales puede caer el movimiento estudiantil por encontrarse en las condiciones excepcionales de la vida universitaria y se conecta con la discusión teórica sobre los niveles de radicalidad que pueden llegar a tener los movimientos estudiantiles como integrantes de las nuevas clases medias (Della Porta y Diani, 2011). De este modo, el repertorio «nosotros como universitarios» se nos presenta ambivalente, moviéndose el discurso de los jóvenes desde la valoración positiva de la capacidad creativa del movimiento universitario, hacia la sospecha por los efectos paradójicos que dicho movimiento incuba al situarse precisamente en los límites del mundo estudiantil.
b) Nosotros como organización: los políticos y los comunitarios
Los discursos elaborados por los jóvenes en torno al «nosotros como organización» dan cuenta del modo como entienden sus experiencias de participación. En este repertorio podemos distinguir dos visiones, la de «los comunitarios», representada por los grupos artístico-culturales y los voluntarios, y la de «los políticos», encarnada por los colectivos no partidistas y las juventudes políticas tradicionales. Los primeros se caracterizan por estar fuera de la institucionalidad, por no tener pretensiones de disputar el poder, por realizar un trabajo centrado en lo social (generalmente fuera de la universidad o prescindiendo de la exclusividad de este espacio para el quehacer de su organización), ejecutando proyectos sociales y de intervención comunitaria a través de trabajos acotados en el tiempo y declarando un fuerte compromiso ético, con la ayuda de aquellos que carecen de condiciones dignas para vivir:
Yo creo que aquí todos los que somos voluntarios tenemos una visión utópica del mundo y cómo tiene que ser y cómo nos gustaría que fuera el mundo, y luchamos por eso. Por ejemplo, yo lucho porque en algún momento de la historia se acabe la pobreza, que no haya más gente viviendo en la mierda, entonces, eso po’, creer en la utopía y, puta, siempre van a haber problemas, pero uno como voluntario y con la misma fuerza uno va a salir adelante. (Grupos Voluntarios, Concepción)
Por su parte, «los políticos» se caracterizan por ubicarse al mismo tiempo dentro y fuera de la institucionalidad (esto porque algunos se definen como colectivos políticos a pesar de no constituirse en partidos propiamente tales), con pretensiones de disputar el poder, con mayor nivel de politización entre sus integrantes, con un trabajo político definido -generalmente organizado en espacios universitarios-, con aspiraciones a proyectos políticos que implican un cambio estructural en la sociedad, y que, por lo tanto, se proponen la amplificación de sus miembros a nivel nacional, o bien, enfocarse en lo territorial de manera acotada pero intensa.
Yo comparto bastante de que tampoco se puede caer en el facilismo de que todos los partidos son malos o de que se vayan todos, porque tampoco se soluciona nada, de hecho, aquí he visto mucha inquietud o deseo de transformar mucho la estructura orgánica de la política, pero la única manera de lograrlo no es restándose del poder, sino resolviendo cómo somos capaces de asociarnos y disputar [el poder]. (Partidos Políticos, Santiago)
Para entender esta dicotomía entre organizaciones comunitarias y políticas, podemos hacer uso de las categorías de los viejos y nuevos paradigmas de acción (Zarzuri, 2010). En el primer caso, la identidad colectiva estaría basada en lo socioeconómico, lo político y lo ideológico, mientras que, en el segundo, la identidad se asienta en los parámetros ético-existenciales. Del mismo modo, la manera como se entiende el cambio social tiene diferentes interpretaciones, siendo para el viejo paradigma la estructura social la que determina el cambio en los individuos, mientras que, en el nuevo paradigma, el cambio social es entendido como un proceso que va desde lo personal hacia lo colectivo.
En este sentido, resulta interesante destacar que en el discurso de los jóvenes de organizaciones «políticas» se pueden identificar reminiscencias del «viejo paradigma», especialmente en las organizaciones partidistas (pero no solo en ellas), al considerar que parte de la propuesta política de varios grupos se centra en el cambio estructural, pero en diálogo con los cambios de la subjetividad. También destaca en el discurso de las organizaciones «comunitarias» el proceso de diversificación que estas experimentan, respondiendo principalmente a cuestiones identitarias, pero ampliando cada vez más el espectro de estas dimensiones, abriendo paso a frentes feministas, animalistas, de educación popular, colectivos LGBTQ, entre otros, cada uno con diferentes enfoques y formas de entender sus demandas. Para lograr visibilización, estas organizaciones realizan múltiples actividades con el afán de politizar estos temas, como marchas contra la violencia de género, acciones por la visibilización lésbica, marchas contra el maltrato animal, preuniversitarios populares, conversatorios o jornadas informativas.
c) Nosotros como herederos
El discurso de los jóvenes en el eje «nosotros como herederos» da cuenta de la influencia de la historia reciente en su construcción identitaria, entendiendo que el presente no es más que la cristalización de un proceso cuyo origen los antecede como protagonistas de este tiempo. Para los jóvenes, los cambios que se han producido en Chile en la última década pueden explicarse a partir de lo que ellos mismos definen como «lo heredado». Para ellos, la herencia del pasado histórico se encuentra en permanente conflicto con el presente, definiéndose a sí mismos a partir de dicha tensión, cuando prevalece una mirada optimista como los «hijos de la democracia» que ya no tienen miedo para expresarse sobre diversos temas, o bien como «hijos de la derrota y la confusión», cuando sucede lo contrario.
En este sentido, cabe subrayar que los jóvenes destacan el valor del presente y la importancia de cambiar «lo heredado», a partir de la idea de que son ellos los protagonistas de su propia historia:
(…) nosotros como jóvenes tenemos que cambiar así, altiro, porque la repetición que hemos tenido como herencia... la herencia yo creo que es súper importante, pero eh, en base a eso cambiarla según nuestra propia vida po’, porque lo que nosotros estamos viviendo no es lo mismo que se vivió hace, hace treinta años, hace cuarenta años. Entonces, eso debería ser muy importante, tener conciencia de lo que tenemos ahora. La conciencia, estar consciente de todo. (Grupos Artístico-Culturales, Valparaíso)
La narración de los jóvenes tiene su correlato en los planteamientos del último Informe de Desarrollo Humano (PNUD, 2015), en el cual se señala que los chilenos viven un momento de subjetividades en transición y una politización no consolidada, situación que da cuenta de las características de un proceso inacabado. De este modo, los cambios experimentados en los últimos años sugieren un punto de inflexión en este proceso, del cual los jóvenes serían protagonistas. Este hecho se explicaría por dos factores fundamentales: por una parte, por la presencia de actores sociales con la capacidad de cuestionar la imagen de mundo que ha prevalecido en los últimos treinta años; y, por otra, por acontecimientos como el ciclo de movilizaciones estudiantiles que ha venido a impactar en la realidad política nacional, permitiendo que los jóvenes establezcan una diferencia con el pasado. En este sentido, los jóvenes han establecido interrogantes sobre su participación como sujetos políticos en la actual democracia, preguntándose por su rol en la sociedad que se debe construir:
¿Cuál es nuestro rol como jóvenes hoy? (…) como adultos de mañana, pero hoy, cuál es nuestro rol, cómo lograr algo hoy, con qué granito de arena aportar para contribuir al fortalecimiento de una verdadera democracia, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades. (Colectivos No partidistas, Santiago)
Esta suerte de diálogo con ellos mismos muestra a un grupo de jóvenes reflexivos sobre su papel en el proceso de transformación de aquello que denominan «lo heredado». Si bien la opinión de los jóvenes sobre el pasado con frecuencia ha sido censurada por las generaciones que vivieron directamente la dictadura militar, los jóvenes de hoy igual han sido capaces de elaborar un discurso que permite «subvertir la hegemonía de lo pensable y construir nuevos espacios de significación» (Cárdenas, 2014: 72), a través del cuestionamiento ético de aquellos enclaves que reproducen «lo heredado» y que durante mucho tiempo no fueron discutidos en Chile, como por ejemplo: la nacionalización de los recursos naturales, la educación pública y gratuita, la asamblea constituyente, la legalización de la marihuana o del aborto. Lo anterior abrió paso a una verdadera resignificación de la política y, a su vez, permitió que los jóvenes de hoy se transformaran generacionalmente en actores sociales relevantes en el escenario político de la última década.
5. Análisis integrativo: una generación sin miedo
A partir de los tres repertorios que los jóvenes utilizan para referirse a sus experiencias de participación, podemos identificar cómo se articula un discurso generacional común. Si bien cada repertorio enfatiza una posición de enunciación particular, proponemos que estos distintos elementos se articulan en un «nosotros generacional». Este discurso tiene la característica de ser versátil y contener las diferentes formas de concebirse a sí mismos que relatan los jóvenes, pero agregando una dimensión temporal a través de la dualidad pasado/presente.
Como se ilustra en la Figura 1, el discurso generacional común posibilita que los jóvenes se ubiquen tanto como sujetos «universitarios» y como participantes de «organizaciones sociales» para darle significado al presente, y al mismo tiempo, como «sujetos herederos» para integrar y confrontan el discurso del pasado, de modo que el «nosotros como generación» viene a representar al mismo tiempo el vínculo con el pasado y la definición del presente, a través del valor que los jóvenes le entregan a ser parte de un país que no ha terminado de reconciliarse con su pasado y que proyecta desde esa tensión el futuro.
Lo anterior se puede observar con nitidez en el discurso de los jóvenes cuando se autodefinen como la generación de los «sin miedo» -en relación con la de sus padres y abuelos-, articulándose en torno a la negación de una emoción o pasión colectiva (Mouffe, 2016). Este discurso generacional se constituye en un eje común entre los jóvenes, pero se presenta con algunos matices. Por un lado, están aquellos que, al no tener miedo, se muestran audaces y desafiantes en relación con los cambios que consideran necesarios realizar para transformar «lo heredado», al entender el orden social vigente como algo «pactado» con la dictadura militar de Pinochet:
Somos los hijos de la democracia, en el sentido de que no tenemos el miedo para expresarnos, también somos los hijos del inconformismo, o sea, de aquellos que más allá del vencimos a Pinochet, al menos en mi caso, particularmente, no me suscribo a esta fuerza que hoy en día su gran rol legitimador o su gran rol, como de poder, se basa en vencer a la dictadura, y claro, fue un logro y lo que quieran, pero que no asumen también la complicidad en la estructuración y en la configuración del mismo sistema que en un momento criticaron, yo creo que también en ese sentido somos los hijos del inconformismo. (Colectivos No Partidistas, Concepción)
Por otro lado, están aquellos jóvenes que dicen estar «agradecidos» por vivir sin miedo en una sociedad democrática, que más allá de sus imperfecciones, dejó atrás las amenazas y restricciones políticas que supuso la dictadura que vivieron las generaciones anteriores:
Yo encuentro que tenemos que ser un poco agradecidos de que nacimos en esta época en que se pueden dar estas instancias, de poder ser voluntario, hablar estos temas, que estamos en la universidad en donde se forman debates, entonces, en ese sentido, los jóvenes tenemos que aprovechar, y ser agradecidos, yo soy un agradecido de eso, de que podamos conversar estos temas, de que, no sé, de que pueda debatirle a mi papá quizás, y quizás él no podía hacerlo con su papá. (Grupos Voluntarios, Valparaíso)
De este modo, la generación «sin miedo» se concibe a sí misma como diferente a las generaciones que protagonizaron el pasado, porque frente al mundo que les ha tocado vivir, no solo sienten la obligación, sino también la oportunidad y la capacidad para transformarlo. En este discurso, lo «heredado» es definido como algo estático y propio del pasado, entendiendo que es algo que no se puede modificar y que forma parte de su historia como generación, aun cuando estos jóvenes no hayan participado «en primera persona» como protagonistas de esos hechos (Reyes, Cruz y Aguirre, 2016). Pero frente a «lo heredado» no toma forma una generación que se constituya como mero receptor del pasado, más bien se define a sí misma como un «colectivo que “genera” nuevos discursos y prácticas, siendo las memorias del pasado un referente para su acción en el presente» (Reyes, Cornejo, Cruz, Carrillo y Caviedes, 2015: 263). Es decir, en el discurso de los jóvenes, el significante «sin miedo» emerge como el reverso de «lo heredado», porque no representa la negación del pasado con el propósito de olvidarlo, sino su confrontación con el objetivo de transformarlo.
De este modo, la tensión con «lo heredado» actúa como un elemento de articulación generacional, permitiéndonos entender las diferentes maneras de concebir «lo político» por parte de los jóvenes. Por un lado, «lo político» aparece como un orden institucional heredado, en el cual los ciudadanos pueden participar solo a través de los canales formales -como el voto y los partidos políticos-. Por otro lado, «lo político» emerge como una práctica cotidiana que se construye fuera de los espacios institucionales y que tensiona esta mirada pretérita de la política como algo reservado exclusivamente para las élites, agudizando aún más la deslegitimidad de los gobernantes, partidos políticos e instituciones.
Esta doble visión de lo político es lo que permite que los jóvenes no se paralicen frente a lo que ellos entienden como la derrota de las generaciones anteriores. Si bien esa derrota se tradujo en la imposición de un orden institucional heredado, para estos jóvenes no se extiende a los espacios de politización de la vida cotidiana. Es más, estos jóvenes miran con entusiasmo y responsabilidad la necesidad de transformar el orden heredado en algo mejor, definiéndose a sí mismos como una generación capaz de superar este pasado:
Somos los hijos, los hijos de quienes vivieron una derrota en la instauración de lo que entendemos por democracia, pero tenemos la ventaja de que, al ser sus hijos y no quienes vivieron la derrota, somos los que vemos cómo hacer el cambio, podemos vislumbrar esta victoria, que es la que tenemos que apoderarnos (…). (Colectivos No Partidistas, Santiago)
Lo anterior permite entender que estos jóvenes, a pesar de tomar distancia de la política tradicional representada por «lo heredado», sean al mismo tiempo los protagonistas de múltiples organizaciones sociales, artístico-culturales y comunitarias, de carácter territorial o estudiantil (Sandoval y Carvallo, 2017; Zarzuri, 2016), constituyéndose en los actores claves de movilizaciones sociales que incluso trascienden las temáticas puramente estudiantiles, como ha quedado de manifiesto en los últimos años en las protestas «Ni una menos» o «NO+AFP». Hablamos de una generación de jóvenes que ya no tiene miedo de que su acción colectiva ponga en jaque a la democracia, articulando su propia identidad colectiva en torno a esta convicción generacional (Cummings, 2015).
Sin embargo, el quiebre con «lo heredado» se construye a partir de un proceso y no como el resultado espontáneo del solo hecho de pertenecer a una cohorte determinada. Esta ruptura es el producto de unos vínculos generacionales (Mannheim, 1993) que establecen una discontinuidad histórica en la socialización política de los jóvenes, cuyos hitos fundamentales los reconocen en su historia compartida como generación:
el quiebre se empezó a dar y la concientización de nosotros como ciudadanos se empezó a dar el 2006, sin mucho fondo aún, aprendiendo de a poco y se dio más maduramente el 2011 y ahí nos empezamos a dar cuenta que, [pucha] queremos participar, queremos hacer cambios, que éramos capaces de hacer las cosas diferentes, que queremos ser protagonistas (…). (Grupos Artístico-Culturales, Concepción)
Es decir, los jóvenes de la generación sin miedo no se perciben como tomando la posta de una generación anterior, más bien, se definen a sí mismos como los agentes de un lento proceso de quiebre generacional. Estos jóvenes entienden que aprendieron haciendo, que se transformaron en una nueva generación política a partir de la asociatividad que construyeron de manera autónoma. Lo anterior se puede explicar por la socialización familiar y educativa que han vivido estos jóvenes en el contexto de la postdictadura, la cual ha carecido de espacios de formación y debate político que trascienda la discusión abstracta del rol de los jóvenes en la sociedad (Reyes, Cruz y Aguirre, 2016; Sandoval y Hatibovic, 2010), llevándolos a enfrentar de modo más exploratorio y experimental el periodo de movilizaciones en las cuales se articularon como nueva generación política, transformándose en esa exploración de meros actores secundarios a protagonistas principales del ciclo político de la última década de nuestro país (Cárdenas, 2014).
6. Conclusiones
El presente trabajo se propuso analizar los discursos sociales de jóvenes universitarios que participan en diferentes formas de organización, con la intención de estudiar sus características como generación política. Los resultados del estudio nos muestran tres repertorios a partir de los cuales los jóvenes se representan a sí mismos: «nosotros como universitarios», «nosotros como organización» y «nosotros como herederos». El primer repertorio se refiere a la identidad generada en el contexto de la vida universitaria y se nos presenta como un relato ambivalente, el cual se mueve entre la valoración positiva que los jóvenes tienen de la capacidad creativa del movimiento universitario y su capacidad de politizar la sociedad, y entre una perspectiva crítica que sospecha de los efectos paradójicos que dicho movimiento podría tener al situarse en un contexto marcado por la moratoria del mundo estudiantil.
El segundo repertorio da cuenta del modo como los jóvenes entienden sus experiencias de participación y en él se identifican dos visiones fundamentales: la de «los comunitarios», representada por aquellos jóvenes de organizaciones que realizan su actividad desde fuera de la institucionalidad; y la de «los políticos», promovida por aquellos que se ubican al mismo tiempo dentro y fuera de la institucionalidad desde organizaciones con vocación política. Lo relevante es que ambas visiones no se oponen en un clivaje político tradicional izquierda-derecha, sino más bien en torno a unos modos diferentes de concebir el poder y las propias formas de organización de los jóvenes, conectándose con los planteamientos de otros autores (Aguilera, 2016; Vommaro, 2014a; Zarzuri, 2016), que reconocen en las acciones de los jóvenes de esta generación un proceso de construcción de un nuevo sentido de la política.
El tercer repertorio se refiere a la influencia de la historia política reciente en la construcción identitaria de estos jóvenes, los cuales entienden que las características de su tiempo presente se pueden explicar a partir de lo que ellos mismos definen como «lo heredado». Este repertorio es clave para entender la constitución del discurso generacional común de los jóvenes, toda vez que aquello que representa «lo heredado», en tanto legado de la historia dictatorial chilena, se define como el campo de acción frente al cual esta nueva generación se define y actúa (Cummings, 2015).
A partir del análisis transversal de estos tres repertorios, y en sintonía con otros autores (Cárdenas, 2014; Cummings, 2015), pudimos identificar un discurso generacional común que se articula a partir del significante «sin miedo». En este discurso generacional convergen los repertorios «nosotros como universitarios» y «nosotros como organización», estableciendo una relación con el pasado a través del repertorio «nosotros como herederos», el cual actúa como marco histórico que le da sentido a todo el discurso generacional. La generación «sin miedo», en coincidencia con trabajos sobre memoria política, es una generación protagonista del presente (Reyes et al., 2015), que construye su identidad en torno a una emoción que confronta «lo heredado».
El que esta generación se articule en torno a la negación de una emoción es relevante teóricamente, porque da cuenta de un tipo de significante que por oposición permite la construcción de una identidad colectiva, es decir, que funciona como «las pasiones» o los afectos comunes (Mouffe, 2016). En efecto, en este discurso generacional, el significante «sin miedo» se constituye en la representación de varios antagonismos: con el legado represivo de la dictadura, con la derrota de la generación protagonista del pasado, con la despolitización de la postdictadura y con la fragilidad de una democracia pactada. Estamos frente a la potencia discursiva de la negación de una emoción que posibilita la articulación de una nueva generación política. Esta conclusión se conecta con múltiples trabajos de la teoría política que ha venido relevando la importancia de las emociones en los estudios sobre acción política.
Es interesante destacar cómo la negación del miedo se constituye en el fundamento de una generación que se autopercibe como capaz de transformar el orden heredado. Lo que define a estos jóvenes como generación política es que pueden y deben cuestionar el orden engendrado en un pasado que emerge como ilegítimo. Lo anterior se expresa en dos niveles: uno de contenido y otro de relación. A nivel de contenido hablamos de una generación que protagonizó el movimiento estudiantil del 2011, el cual se confrontó explícitamente con el sistema político y económico consolidado en la postdictadura (Labarca, 2016). Con el plano de las relaciones nos referimos a una generación que se propone poner en juego nuevas formas de acción y participación, en las cuales se busca redefinir el propio sentido de la política y la democracia (Sandoval y Carvallo, 2017) a partir de elementos propios de la vida cotidiana de los jóvenes, como la sexualidad, el consumo, el territorio, la cultura o el medioambiente.
De este modo, la generación sin miedo no solo se siente capaz de transformar el orden heredado porque cuestiona los contenidos del modelo institucional que proyecta dicho orden hasta nuestros días, sino también, y aquí puede radicar su mayor novedad, porque cuestiona los modos de organizarse y relacionarse que sostienen y reproducen «lo heredado» en las prácticas cotidianas compartidas por todos. Podríamos decir que, precisamente debido a que esta generación tensiona políticamente los modos de relacionarse en la vida cotidiana, ha sido capaz de generar las condiciones de posibilidad para el surgimiento del más radical movimiento transformador del orden heredado desde el fin de la dictadura, a partir de la llamada «ola feminista», que hoy se manifiesta con toda su fuerza en la mayoría de las universidades del país
Resumen:
1. Introducción
2. Marco conceptual
3. Método
4. Resultados
4.1 Análisis descriptivo:
a) Nosotros como universitarios: los jóvenes estudiantes chilenos
b) Nosotros como organización: los políticos y los comunitarios
c) Nosotros como herederos
5. Análisis integrativo: una generación sin miedo
6. Conclusiones